martes, enero 18, 2005

Layla (Parte 2)

Segunda parte de este larguísimo historial de personaje de Layla.


Despertó la noche siguiente, con ruídos de golpes en la puerta de la casa. Los amigos del hombre muerto y su familia, preocupados, tratando de entrar en la casa. Afortunadamente, el sol acababa de ponerse, aunque sus últimos rayos abrasaron a Layla cuando trató de salir por la ventana trasera. Asustada, huyó hacia la oscuridad de la noche...

Las primeras semanas, Layla sobrevivió alimentándose de la sangre de los animales de corral de los pueblos y granjas alrededor de Knossos. Sin embargo, rumores de una bestia acechando en la noche surgieron entre los pastores, y se unieron para darle caza. Pero Layla había aprendido a esconderse de los ojos de aquellos que podían estar al acecho, y no pudieron dar con ella. Asustada, decidió huir. Se ocultó en la bodega de un carguero griego de vino y aceite, y así salió Layla de su isla natal. Tardaría mucho en regresar...

El carguero desembarcó pocos días después en el puerto del Pireo. Oculta entre tinajas y botas de vino, Layla logró pasar desapercibida. Se adentró en la ciudad de Atenas, con la espléndida Acropolis todavía en construcción, su blanco mármol brillando a la luz de una luna mortecina. El viaje la había dejado agotada, y un indigente fue un buen aperitivo para saciar su hambre. Layla se ocultó en una casa en ruinas, donde pasó algunos días. Pero su actividad no pasó desapercibida, y pronto los rumores de extrañas muertes entre los indigentes hicieron más difícil la caza... y llamaron una atención inesperada.

La siguieron en la noche, sin que Layla se diese cuenta, y sin importarles que ella tratase de desviar la atención de su presencia. Eran dos, y lograron arrinconar con facilidad a Layla en un callejón. Hablaron algo entre ellos en una lengua desconocida para Layla, y con una velocidad deslumbrante uno de ellos la atacó, atravesando su corazón con una estaca de madera de olivo.

Layla fue llevada hasta una lujosa mansión. Estatuas de mármol y magníficas telas la adornaban. Allí, fue llevada ante una altiva mujer, que la miró con desprecio. La mujer y los dos asaltantes siguieron hablando en una lengua desconocida para Layla. Al final, Layla imploró que la soltaran. Había permanecido en silencio, demasiado asustada como para entender lo que le había sucedido al ser estacada. La mujer, sorprendida, la miró. Y le respondió en su propia lengua. Los dos hombres parecían extrañados.

- ¿Quién eres? – le preguntó ella.

- Soy Layla, hija del rey (NOMBRE) de Creta.

Los ojos de la mujer se abrieron de par en par.

- ¿Quién es tu sire? ¿Cómo sobreviviste?

- ¿Sire? ¿Sobrevivir...? No lo sé...

Layla le contó a la mujer lo sucedido: su Abrazo, su huída... Finalmente, la mujer habló.

- Soy Afrodita, príncipe de Atenas, chiquilla de Ishtar (o Arikel). La caída de Knossos que relatas sucedió hace ya más de mil años, pequeña. Yo estuve en aquel asalto. Eres la primer superviviente que he descubierto. Felicidades.

Los ojos de Afrodita, bella entre bellas, se clavaron en el alma de Ishtar, y sus memorias resurgieron. Al ver que la chica no mentía, soltó la presa mental. Tras aquello, liberaron a Layla de su estaca. Podrían haberla matado, pero Afrodita tenía planes para la asustada chica.

En la corte ateniense, Layla aprendió las artes de los Toreador. Gracias a su talento con las artes musicales, pudo hacerse un hueco entre los escultores, poetas y filósofos cainitas. Su habilidad para alterar los sentimientos en los demás, y atraerlos hacia sí, se desarrollaron. Layla abandonó la brutalidad con la que había aprendido a vivir, y resucitó sus artes olvidadas.
Sin embargo, Layla tenía un extraño talento, un talento que había llamado la atención de Afrodita. Un talento que Afrodita quería dominar como arma, y la única razón por la que Layla seguía con vida. Layla era capaz de descubrir los secretos ocultos en el alma de otros con suma facilidad. Sus debilidades. Sus pecados. Layla tenía miedo a esta oscura parte de sí misma, una parte que la repelía de los templos atenienses con un miedo mayor que el de sus colegas toreador. Aunque en la superfície todos la llamaban toreador, en el fondo su sangre tenía un olor que venía de los mismos infiernos. Afrodita deseaba aprender todo lo posible de la chiquilla. Una baali leal a los toreador... El arma para derrotar al enemigo desde dentro. Afrodita sólo puso una condición a Layla, además de su lealtad absoluta: jamás podría procrear. Si creaba progenie de clase alguna, moriría en el acto. Layla, agradecida a la mujer que la devolvió a la civilización, accedió a aquella condición.