jueves, enero 20, 2005

Layla (Parte 4)

Cuarta parte del historial de Layla.

Tras la euforia de la victoria, ambos se retiraron a Grecia, de donde Cretheus era originario. Allí, Layla recibió una nueva revelación sobre el asalto a Creta más de un milenio atrás: el asalto fue una coalición de varios clanes, que terminó con la destrucción total de parte de la isla provocando mediante artes hechiceras que el volcán Santorín de la isla de Thera estallase y el maremoto que vino a continuación arrasase la costa cretense. Layla, que había quedado en letargo olvidada en un rincón, quedó enterrada y en letargo bajo los escombros de palacio tras el maremoto, hasta que unos lugareños excavando una zanja la encontraron y despertaron de su milenario sueño.

El idilio de Cretheus y Layla duró unos trescientos años. Layla eventualmente quedó vinculada a su amante, que desarrolló una morbosa fascinación por todo aquello que tuviese que ver con las artes infernales. Layla se negó a enseñarle la maldita disciplina de Daimoinon, pero Cretheus logró desarrollar rituales eficaces de invocación y atadura demoníacos gracias a la ayuda (voluntaria algunas veces, involuntaria la mayoría) de Layla.

Fue precisamente aquella fascinación creciente con los años de Cretheus por dominar los poderes del infierno lo que acabó separando a los dos amantes. Aunque Cretheus aseguraba siempre a Layla que él enfocaba su magia a la sumisión de estos poderes, Layla temía que ese ansia llevase a Cretheus a someterse a alguno de los horrores que había sentido en el inframundo. Finalmente, Layla abandonó una noche a Cretheus sin decirle jamás a dónde se dirigía.

Layla decidió enfrentarse a su destino, y aprender el máximo posible sobre su corrupto linaje para destruirlo. Desde dentro, si la ocasión aparecía. Viajó solitaria, juntándose ocasionalmente con algún gangrel vagabundo, recordando las antiguas noches en las que sobrevivía por su cuenta en el monte. Sus instintos de superviviencia, largo tiempo enterrados, demostraron estar en buenas condiciones tras unos pocos meses. Layla viajó a Oriente, en busca de información sobre las raíces de su corrupto clan.

A su alrededor, una nueva religión se extendía por el imperio, llamada cristianismo. Layla quedó fascinada por el concepto básico de aquella religión (sobretodo la parte que todo el mundo era hijo de dios, y podía ser perdonado si se arrepentía). Ella no había elegido estar maldita, y menos maldita entre los malditos. Así pues, pensó que combatir hasta sus últimos días a los baali sería la mejor manera de redimirse a los ojos de aquel Dios compasivo del que hablaban tanto.

Layla se hizo fuerte durante los siguientes 300 años, durante los que vio caer al ya gastado imperio romano. Colaboró con los al-Amin (salubri) y los hijos de Haqim en ocasiones para destruir cábalas y nidos baali ocultos, dando apoyo mágico aprendido durante sus largos años al lado de Cretheus a los valerosos guerreros de aquellos clanes. Hasta que finalmente, los baalo resurgieron.

Hacia el año 750 dC, el Islam se extendía como la pólvora por Oriente Medio y el norte de África. Pero al lado de la nueva religión, en silencio pero implacable, un señor de la guerra baali había surgido. Nadie supo jamás de dónde obtuvo tanto poder, ni dónde sus chiquillos habían logrado ocultarse durante tantos siglos y pasar desapercibidos. Además, un ritual baali hizo estragos: el Segundo Abrazo, con el que los baali podían destruir el alma de un cainita y convertirlo en un fiel servidor baali. Las traiciones se sucedieron en el seno de los cainitas que luchaban contra los infernalistas, y Layla no estuvo al margen de aquello. Como “superviviente a dos guerras contra los baali” y “experta en erradicar a esa plaga”, Layla colaboró estrechamente en la destrucción del enemigo. Muchos cainitas se convirtieron al Islam como modo de tener suficiente fe para enfrentarse a aquellos demonios. Finalmente, tras décadas de guerra silenciosa sin cuartel en calles y callejones oscuros de todo el mundo árabe, la plaga empezó a remitir. Gracias al esfuerzo de una cuadrilla compuesta sobretodo de salubri y assamitas guerreros, la fortaleza de Chorazin fue redescubierta. Allí se encontraba el grueso de las replegadas fuerzas de los baali, tras una alianza entre clanes. Deseosos de acabar con la plaga, y llevarse el mérito y gloria de la trabajada victoria (y no cederla a clanes que se habían sumado tarde y mal a la guerra), salubris y assamitas prepararon un asalto total a Chorazin, la ciudadela subterranea de los baali en un viejo cráter de una roca caída de los cielos. Layla estaba entre los asaltantes.

Pero las actividades de Layla en la guerra no pasaron desapercibidas, y Cretheus la encontró gracias a informantes diversos. Habiendo luchado en Cartago contra la amenaza, y a pesar del rencor de los brujah (que nunca admitió la corrupción infernalista de la ciudad), Cretheus llegó junto a otros ventrue en ayuda del resto de clanes debido a viejas alianzas. Cretheus halló al fin a Layla pocas noches antes del asalto contra Chorazin. Viejos sentimientos olvidados resurgieron, y la pasión surgió una vez más entre ambos. Pero Layla descubrió que Cretheus se encontraba más obsesionado con los secretos del Arverno que cuando lo dejó casi cuatro siglos atrás. Deseaba ir a Chorazín no para destruir al enemigo, sino para hacerse con sus reliquias y textos ocultistas. Layla no podía permitir aquello, y haciendo uso de todas sus fuerzas lanzó una maldición sobre Cretheus que le obligó a dormir un mes. Cretheus, pese al ritual desarrollado siglos atrás para protegerse de aquella maldición, ignoraba que Layla había creado una contramedida para neutralizar su protección y sucumbió. Pero queriendo que ningún mal asaltase a su amante, se quedó haciendo guardia junto a su cuerpo, y no fue a Chorazin.

Los baali prepararon una trampa en Chorazin a assamitas y salubris. Muchos cayeron esa noche, y aunque al final los baali fueron derrotados, nunca más ninguno de los dos clanes vovlería a ser el mismo. Tras aquello, los valerosos guerreros assamitas empezaron a desarrollar su sentido del sigilo y el gusto por el asesinato, en lugar de la lucha a la cara que hasta entonces habían praticado con honor. Sobre ellos cayó además una maldición que les obligaba a buscar la sangre de otros cainitas. Por su parte, los guerreros salubri perdieron en la lucha a los últimos descendientes de Samiel, y aquel fue un golpe del que no se recuperarían. La muerte de Saulot tres siglos después añadiría dolor a la catástrofe.

Cretheus no se tomó bien aquello, pero comprendió el mensaje que le había querido transmitir Layla al hacerlo. Aquello le abrió los ojos lo suficiente para darse cuenta que aquel camino no era el camino a seguir. El ventrue pidió a Layla que regresase a Europa con él, pues junto a otros cainitas romanos habían formado un pequeño grupo apartado de todos en espera de tiempos mejores llamado el Inconnu. Layla rechazó el ofrecimiento, y ambos tomaron caminos separados una vez más.