El descenso de Enkidu al Inframundo
Se dice que en tiempos de antaño, crecía junto al Éufrates un sauce de gran belleza. Sus ramas caían amablemente sobre la tierra, pero su tronco aún era delgado y esbelto. En aquella ribera, el viento del sur azotaba su copa, y las riadas amenazaban su tronco.La diosa Inanna lo vio, y quedó prendada del árbol, de modo que lo tomó entre sus manos y lo llevó a los jardines de Uruk, la ciudad donde se le rendía mayor culto en la tierra entre ríos.
Allí dejó el árbol, y decidió que lo dejaría crecer para un día hacerse una cama y una silla con su madera. Y pasaron los años, y la diosa abandonó la tierra hasta que regresó para cortar el árbol ya crecido. Pero para su desconsuelo, descubrió que una serpiente había cavado su guarida a los pies del sauce. El réptil, traicionero y frío, era inmune a los encantos y a las palabras amables de la diosa, y no se marchaba del lugar. Luego, la diosa miró la copa del árbol, y allí encontró al pájaro Zu, aquel que traía malos presagios y destinos funestos, anidado entre las ramas del sauce junto a su progenie. Y para añadir desdicha, en el tronco del árbol la dama Lilith, señora de la Desolación, había tallado su casa.
Inanna, dama perenne, se sintió muy desgraciada, y se quedó llorando en los jardines de Uruk al no poder hacerse con aquel árbol que ella misma había plantado allí. Siempre alegre y de corazón ligero, sus lágrimas llamaron la atención de su hermano Utu, el dios sol. Utu acababa de levantarse sobre el horizonte, y viendo en aquel desconsuelo a Inanna, le preguntó qué le había sucedido. La diosa, pues, le respondió con las desdichas que habían caído sobre su sauce.
Entonces Gilgamesh, rey de Uruk, también oyó a la diosa llorando en los jardines de su ciudad. Se acercó a ella, y caballerosamente se ofreció a prestarle su ayuda. Con un hacha, dio muerte a la serpiente. El pájaro Zu, oyendo el ruido de la contienda, se asustó y junto a su progenie alzó el vuelo para abandonar el sauce de Inanna. Y Lilith, viendo a Gilgamesh, salió a toda prisa de su casa para regresar a las tierras baldías donde solía morar. Así fue como los hombres que acompañaban al rey pudieron cortar al fin el sauce de Inanna. Los hombres de Uruk presentaron el tronco a la diosa con reverencia, pero ella no se hizo ni la cama ni la silla. En lugar de eso, con las raices se hizo un cetro, y con la copa hizo una corona, regalándo ambos objetos al rey Gilgamesh por su acto de galantería.
Inanna partió a los Cielos, y Gilgamesh entonces Gilgamesh gobernó Uruk como su rey. Pero tiempo después, mientras dormía una noche, oyó los gritos de unas jóvenesy el rey se sobresaltó tanto que en el momento de coger el cetro y la corona, se le escurrieron de las manos y cayeron en un profundo agujero. Trató de cogerlos con la mano primero, con un pie después, pero sencillamente no era capaz de alcanzarlos. Y Gilgamesh se lamentó por perder los regalos de Inanna.
Fue entonces cuando Enkidu, fiel siervo de Gilgamesh, oyó los gritos de su señor. Y viendo el motivo de su desdicha, se ofreció voluntario para ir a buscar el cetro y la corona. Pero el rey Gilgamesh sabía que los agujeros en el suelo conducen al Inframundo, la Tierra de los Muertos, y por ello advirtió a Enkidu de las leyes que imperaban entre los fallecidos.
No lleves ropas limpias, o los héroes muertos te atacarán como si fueses su enemigo.
No te untes en aceites, o su olor atraerá a la muchedumbre a tu alrededor.
No utilices tu jabalina en el Inframundo, o los muertos por una jabalina te atacarán con ella a ti.
No portes un cayado en tu mano, o las sombras se arremolinarán a tu alrededor.
No vistas con sandalias tus pies, no grites entre los muertos,
no beses a tu amada esposa, no beses a tu amado hijo.
O provocarás el grito del Inframundo, el grito de Ella, que en el Inframundo yace.
La madre del dios Ninazu, que yace,
cuyo cuerpo santo ningún adorno usa; cuyo pecho santo ninguna ropa cubre.
Pero Enkidu hizo caso omiso a su señor, y encontrando en aquellas tierras bajo tierra a su mujer y a su hijo fallecidos, los besó. Por ello, violó las leyes del Inframundo, y quedó atrapado para siempre entre los muertos. Gilgamesh se entristeció mucho, y por ello viajó a Nippur, donde rezó y rezó, y pidió piedad a Enlil, el dios del aire y señor de los dioses en la tierra.
Oh, Padre Enlil. Mi corona cayó al Inframundo. Mi cetro cayó al inframundo.
Envié a Enkidu a recuperarlos, pero el Inframundo lo ha apresado.
No ha sido el demonio Namtar, ni el demonio Ashak.
A Enkidu, el Inframundo lo ha atrapado.
No ha sido Nergal el acechador, aquel que no perdona a nadie.
A Enkidu, el Inframundo lo ha atrapado.
Enkidu, que en las batallas heroicas jamás ha caido.
Pero ahora, el Inframundo lo ha atrapado.
Pero Enlil no se apiadó de Gilgamesh, y el rey de Uruk viajó a continuación a Eridu donde inició la misma plegaria a Enki, dios de las aguas y la sabiduría. Entonces, Enki ordenó a Utu que abriera con sus rayos solares un agujero en el suelo, y por ese agujero Nergal permitió el paso al fantasma de Enkidu. De ese modo, Enkidu pudo ver una última vez a su rey, y éste le preguntó por aquello que había visto en el Inframundo. Al principio, Enkidu se negó, pues temía que su rey rompería en lágrimas al conocer el destino de los hombres, pero tanto insistió Gilgamesh, que finalmente le concedió aquel conocimiento.
Aquel hombre que ha tenido un solo hijo, llora amargamente clavado con clavos a una pared.
Aquel hombre que ha tenido dos hijos, come acurrucado sobre dos ladrillos.
Aquel hombre que ha tenido tres hijos, bebe agua de un odre que transportan por el desierto.
Aquel hombre que ha tenido cuatro hijos, es el feliz propietario de un carro tirado por cuatro asnos.
Aquel hombre que ha tenido cinco hijos, nunca le falta trabajo, como a los escribas, y entra en Palacio cuando quiere.
Aquel hombre que ha tenido seis hijos, es feliz como un campesino que goza sólo de buenas cosechas.
Aquel hombre que ha tenido siete hijos, escucha música sentado en la compañía de los dioses.
Aquel hombre que no tiene heredero, está comiendo cenizas.
Aquel hombre que servía en palacio, camina hermoso, como un estandarte.
Aquella mujer que nunca tuvo hijos, nadie la quiere, como si fuese una vasija mellada.
Aquel hombre que nunca desnudó el regazo de su esposa, vive en un pozo donde llora, y otros le tiran una cuerda para ayudarle a salir.
Aquella mujer que nunca desnudó el regazo de su esposo, vive en un pozo donde llora, y otras le tiran una caña para ayudarle a salir.
Aquel que murió en el combate, su padre y su madre lo honran, y su esposa lo llora.
Aquel cuyo fantasma ya nadie llora, come las sobras de la marmita, y las migajas arrojadas a la calle.
Aquel bebé que murió de muerte súbita, está acostado en su cama, donde bebe agua fresca.
Aquellos prematuros que no ha llegado a vivir, juegan ante una mesa de oro y plata, con vasijas de mantequilla y miel.
Aquel que ha sido arrojado al fuego, no yace en el Inframundo. El humo lo ha llevado al Cielo.
Aquel que abandonó a sus amigos en el desierto, vaga solo en el Inframundo y jamás halla descanso.
Así fue como los vivos supieron del mundo de los muertos. Y tras aquella revelación, Enkidu regresó para siempre al Inframundo de la mano de Nergal.
Allí dejó el árbol, y decidió que lo dejaría crecer para un día hacerse una cama y una silla con su madera. Y pasaron los años, y la diosa abandonó la tierra hasta que regresó para cortar el árbol ya crecido. Pero para su desconsuelo, descubrió que una serpiente había cavado su guarida a los pies del sauce. El réptil, traicionero y frío, era inmune a los encantos y a las palabras amables de la diosa, y no se marchaba del lugar. Luego, la diosa miró la copa del árbol, y allí encontró al pájaro Zu, aquel que traía malos presagios y destinos funestos, anidado entre las ramas del sauce junto a su progenie. Y para añadir desdicha, en el tronco del árbol la dama Lilith, señora de la Desolación, había tallado su casa.
Inanna, dama perenne, se sintió muy desgraciada, y se quedó llorando en los jardines de Uruk al no poder hacerse con aquel árbol que ella misma había plantado allí. Siempre alegre y de corazón ligero, sus lágrimas llamaron la atención de su hermano Utu, el dios sol. Utu acababa de levantarse sobre el horizonte, y viendo en aquel desconsuelo a Inanna, le preguntó qué le había sucedido. La diosa, pues, le respondió con las desdichas que habían caído sobre su sauce.
Entonces Gilgamesh, rey de Uruk, también oyó a la diosa llorando en los jardines de su ciudad. Se acercó a ella, y caballerosamente se ofreció a prestarle su ayuda. Con un hacha, dio muerte a la serpiente. El pájaro Zu, oyendo el ruido de la contienda, se asustó y junto a su progenie alzó el vuelo para abandonar el sauce de Inanna. Y Lilith, viendo a Gilgamesh, salió a toda prisa de su casa para regresar a las tierras baldías donde solía morar. Así fue como los hombres que acompañaban al rey pudieron cortar al fin el sauce de Inanna. Los hombres de Uruk presentaron el tronco a la diosa con reverencia, pero ella no se hizo ni la cama ni la silla. En lugar de eso, con las raices se hizo un cetro, y con la copa hizo una corona, regalándo ambos objetos al rey Gilgamesh por su acto de galantería.
Inanna partió a los Cielos, y Gilgamesh entonces Gilgamesh gobernó Uruk como su rey. Pero tiempo después, mientras dormía una noche, oyó los gritos de unas jóvenesy el rey se sobresaltó tanto que en el momento de coger el cetro y la corona, se le escurrieron de las manos y cayeron en un profundo agujero. Trató de cogerlos con la mano primero, con un pie después, pero sencillamente no era capaz de alcanzarlos. Y Gilgamesh se lamentó por perder los regalos de Inanna.
Fue entonces cuando Enkidu, fiel siervo de Gilgamesh, oyó los gritos de su señor. Y viendo el motivo de su desdicha, se ofreció voluntario para ir a buscar el cetro y la corona. Pero el rey Gilgamesh sabía que los agujeros en el suelo conducen al Inframundo, la Tierra de los Muertos, y por ello advirtió a Enkidu de las leyes que imperaban entre los fallecidos.
No lleves ropas limpias, o los héroes muertos te atacarán como si fueses su enemigo.
No te untes en aceites, o su olor atraerá a la muchedumbre a tu alrededor.
No utilices tu jabalina en el Inframundo, o los muertos por una jabalina te atacarán con ella a ti.
No portes un cayado en tu mano, o las sombras se arremolinarán a tu alrededor.
No vistas con sandalias tus pies, no grites entre los muertos,
no beses a tu amada esposa, no beses a tu amado hijo.
O provocarás el grito del Inframundo, el grito de Ella, que en el Inframundo yace.
La madre del dios Ninazu, que yace,
cuyo cuerpo santo ningún adorno usa; cuyo pecho santo ninguna ropa cubre.
Pero Enkidu hizo caso omiso a su señor, y encontrando en aquellas tierras bajo tierra a su mujer y a su hijo fallecidos, los besó. Por ello, violó las leyes del Inframundo, y quedó atrapado para siempre entre los muertos. Gilgamesh se entristeció mucho, y por ello viajó a Nippur, donde rezó y rezó, y pidió piedad a Enlil, el dios del aire y señor de los dioses en la tierra.
Oh, Padre Enlil. Mi corona cayó al Inframundo. Mi cetro cayó al inframundo.
Envié a Enkidu a recuperarlos, pero el Inframundo lo ha apresado.
No ha sido el demonio Namtar, ni el demonio Ashak.
A Enkidu, el Inframundo lo ha atrapado.
No ha sido Nergal el acechador, aquel que no perdona a nadie.
A Enkidu, el Inframundo lo ha atrapado.
Enkidu, que en las batallas heroicas jamás ha caido.
Pero ahora, el Inframundo lo ha atrapado.
Pero Enlil no se apiadó de Gilgamesh, y el rey de Uruk viajó a continuación a Eridu donde inició la misma plegaria a Enki, dios de las aguas y la sabiduría. Entonces, Enki ordenó a Utu que abriera con sus rayos solares un agujero en el suelo, y por ese agujero Nergal permitió el paso al fantasma de Enkidu. De ese modo, Enkidu pudo ver una última vez a su rey, y éste le preguntó por aquello que había visto en el Inframundo. Al principio, Enkidu se negó, pues temía que su rey rompería en lágrimas al conocer el destino de los hombres, pero tanto insistió Gilgamesh, que finalmente le concedió aquel conocimiento.
Aquel hombre que ha tenido un solo hijo, llora amargamente clavado con clavos a una pared.
Aquel hombre que ha tenido dos hijos, come acurrucado sobre dos ladrillos.
Aquel hombre que ha tenido tres hijos, bebe agua de un odre que transportan por el desierto.
Aquel hombre que ha tenido cuatro hijos, es el feliz propietario de un carro tirado por cuatro asnos.
Aquel hombre que ha tenido cinco hijos, nunca le falta trabajo, como a los escribas, y entra en Palacio cuando quiere.
Aquel hombre que ha tenido seis hijos, es feliz como un campesino que goza sólo de buenas cosechas.
Aquel hombre que ha tenido siete hijos, escucha música sentado en la compañía de los dioses.
Aquel hombre que no tiene heredero, está comiendo cenizas.
Aquel hombre que servía en palacio, camina hermoso, como un estandarte.
Aquella mujer que nunca tuvo hijos, nadie la quiere, como si fuese una vasija mellada.
Aquel hombre que nunca desnudó el regazo de su esposa, vive en un pozo donde llora, y otros le tiran una cuerda para ayudarle a salir.
Aquella mujer que nunca desnudó el regazo de su esposo, vive en un pozo donde llora, y otras le tiran una caña para ayudarle a salir.
Aquel que murió en el combate, su padre y su madre lo honran, y su esposa lo llora.
Aquel cuyo fantasma ya nadie llora, come las sobras de la marmita, y las migajas arrojadas a la calle.
Aquel bebé que murió de muerte súbita, está acostado en su cama, donde bebe agua fresca.
Aquellos prematuros que no ha llegado a vivir, juegan ante una mesa de oro y plata, con vasijas de mantequilla y miel.
Aquel que ha sido arrojado al fuego, no yace en el Inframundo. El humo lo ha llevado al Cielo.
Aquel que abandonó a sus amigos en el desierto, vaga solo en el Inframundo y jamás halla descanso.
Así fue como los vivos supieron del mundo de los muertos. Y tras aquella revelación, Enkidu regresó para siempre al Inframundo de la mano de Nergal.
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