domingo, mayo 01, 2005

Prólogo (1/2)

Friedrich estaba sentado bajo el sol de la mañana, observando la ciudad a sus pies desde la colina. Podía notar el frescor de la hierba en sus pies, el olor de la humedad de la mañana que inundaba el prado en el que estaba, y el brillo deslumbrante del sol en sus ojos. Cerró los ojos, y dejó que los sonidos del lugar le abrazasen, le envolviesen como un vestido de gasas etérea. Cuando volvió a abrir los ojos, miró la hora en su reloj de pulsera. Las ocho y cinco.

Alzándose del suelo en el que estaba sentado, se levantó. Se puso las sandalias en los pies, y se echó a caminar por el caminito que bajaba la colina hacia las primeras casas de la ciudad. Una mujer en un balcón tendía la ropa, mientras dos niños pequeños jugaban frente a la primera casa al final del camino. Pero cuando Friedrich pasó ante ellos, fue como si no estuviera ahí, como si fuera un fantasma. Tras mirarlos unos segundos, el joven siguió caminando sin prisas. Todavía tenía tiempo.

La calle bajaba en una ligera pendiente, y las casas eran de techo bajo, muy diferentes a los enormes bloques de pisos a los que se había acostumbrado, o a las torres de oficinas que besaban el cielo en Zürich. Eran casas sencillas para gente sencilla. Gente que no tenía ninguna culpa de lo que les había pasado. Friedrich trató de imaginar si aquella gente habría siquiera podido imaginar cuánto podría cambiar su vida en apenas unos segundos, y la única respuesta que halló fue un no rotundo. Nada había preparado a nadie para lo que había sucedido aquel día.

La calle estaba prácticamente vacía, salvo por una anciana que barría frente a la puerta de su humilde casa. Estaba encorvada, y los racionamientos habían hecho mella en ella, pues mostraba una delgadez inusual, pero pese a ello ahí estaba, barriendo como cada mañana la puerta de su casa. Friedrich miró los ojos rasgados de la mujer y cómo las arrugas se habían arremolinado a su alrededor, y trató de imaginar cómo habría sido aquello para una mujer de esa edad. Cómo habría sido chocar de frente con aquella tragedia. La mujer acabó de barrer, y se metió hacia dentro de la casa, ignorando la presencia de Friedrich. Y Friedrich volvió a mirar el reloj. Faltaban dos minutos.

La plaza tenía una buena visibilidad del centro de la ciudad. La habían elegido para encontrarse y observar mejor todo aquello, pero de tanto mirar los detalles, Friedrich temía llegar tarde a su mirador particular. Fue por eso que, cuando su hermana lo vio llegar, él corría calle abajo.

Helena: ¡Friedrich! ¡Vamos, hace casi cinco minutos que te espero!

Friedrich se frenó junto a su hermana, y trató de recuperar el aliento de la carrera.

Friedrich: Perdona... Es que estaba mirando...

Helena: No pasa nada - le interrumpió Helena -, pero ya es casi la hora. ¡Mira! - dijo señalando al cielo.

Friedrich alzó la vista, y vio un pequeño brillo plateado moviéndose por el cielo reflejando los rayos del sol de la mañana.

Helena: ¡Ahí está!

Y entonces se desató el infierno. Como si el sol hubiese estallado, un fogonazo de luz lo bañó todo en luz blanca, una luz silenciosa a la que acompañó el mayor trueno que jamás hubiesen escuchado los dos hermanos. Se alzó un viento terrible a la vez que el centro de la ciudad desaparecía en una nube de sangriento carmesí y el cielo parecía palidecer ante la poderosa luz de la enorme explosión que se había producido en el centro de la ciudad. Helena, instintivamente, se abrazó a su hermano mientras miraba la onda de choque acercarse cada vez más y más hasta donde estaban ellos. Friedrich no pudo evitar cubrirse los ojos para evitar quedar deslumbrado, ni sentir una punzada de miedo cuando vio la pared de tierra, polvo y tejados de casas acercándose a toda velocidad hacia ellos. Entonces, un segundo trueno pasó a través de ellos a la vez que el polvo cubría de oscuridad el cielo y nublaba la vista. Era un viento caliente, abrasador, y los árboles de la plaza empezaron a arder, y los tejados de las casas empezaron a volar, y las paredes de las casas a caer. Y las personas sólo pudieron morir en aquel infierno desatado.

Y en medio de todo aquello, los dos hermanos seguían abrazados, acuclillados en el suelo como un ovillo, gritando de terror.

Friedrich fue el primero en quitarse el casco. Tenía a su hermana fuertemente agarrada a él, y temblaba. Mientras apartaba el casco en el suelo, notó las lágrimas de sus ojos resbalando por sus mejillas. Sabía lo que vería, pero no se había preparado para ello. Se permitió unos segundos de llanto silencioso antes de coger delicadamente a su hermana y apartar sus brazos de su torso. La notó tensa, y todavía temblaba. Con mucho cuidado, presionó los seguros del casco del traje de inmersión y éste se liberó con suavidad. Apartó el casco de Helena, y vio que estaba llorando.

Friedrich: Helena... ¿Estás bien?

Helena: Oh, señor... Pobre gente... - dijo, visiblemente afectada.

Friedrich cogió a su hermana de la mano y la ayudó a levantarse del suelo. Mientras se empezaba a quitar los guantes del traje, notó que su pulso empezaba a decelerarse.

Helena: Friedrich... Esta vez te has superado - dijo su hermana mientras empezaba a quitarse su traje también -.

Friedrich: ¿Crees que gustará? - dijo con una sombra de duda en su voz -. Quizás es un poco...

Helena: Es perfecto - le cortó Helena -. A la gente le encantará. Nunca volverán a pensar en Hiroshima de otra manera.

Helena se acercó a su hermano, y lo miró con aquellos ojos verdes y juguetones, ahora humedecidos por las lágrimas. Pero la sonrisa bajo esos ojos era inequívoca.

Helena: Yo al menos, no podré. Me ha encantado.

Y así Friedrich vio que su hermana estaba siendo sincera con él, y respiró aliviado. Asintió agradecido con un leve gesto de cabeza, y cogió su casco y sus guantes para salir de la sala de realidad virtual.

Friedrich: Voy a llamar a Claire - dijo en voz baja mientras salía por la puerta.

Helena: Bien, ya verás como a ella también le encanta - le replicó Helena tras él.