martes, mayo 03, 2005

Prólogo (2/2)

Mientras Helena se iba hacia la ducha, Friedrich se fue hacia el salón y se sentó en el sillón para buscar en la agenda del teléfono el número de Claire. No tardó en encontrarlo, y llamó a su agente. Se sentó cómodo en el sillón y esperó a que ella contestase. Y entonces, la pantalla gigante de la pared del salón cambió la imagen del exterior del apartamento por la del salón de Claire.

Claire: ¿Friedrich? ¡Oh, Friedrich, mon cheri! ¡Qué alegría verte! – dijo la mujer con un cierto acento parisino.

A Friedrich siempre le había caído aquel papel de excéntrica bohemia que representaba Claire a sus más de cincuenta años. Vestía siempre elegante, modelos clásicos de Chanel o de otros diseñadores parisinos à la mode, como a ella le gustaba recalcar. Pero bajo ese disfraz, Claire ocultaba un agudo ojo para el talento y el arte, un ojo que a Friedrich le convenía.

Friedrich: Qué exagerada eres, Claire... ¡Si te llamé hace una semana!

Claire: Ya sabes que me gusta hablar contigo siempre – le replicó ella con una coqueta sonrisa de dama -. Pero supongo que eso no te entra en esa cabecita, cheri, así que supongo que me llamas por algún motivo. ¿Me equivoco?

Friedrich se limitó a sonreir. No necesitaba jugar a ese juego con ella, de modo que negó con la cabeza.

Friedrich: He acabado la última pieza. Vengo de la sala de inmersión de hacer la primera prueba.

Claire: ¿Y qué tal ha ido? – preguntó ella sin dejar de sonreir de aquella manera que tanto desconcertaba a Friedrich, como si tratase de seducirle permanentemente.

Friedrich: Bueno... Me queda arreglar un par de cosas de interactividad con la gente que aparece, pero creo que en un par de días estará acabado.

Claire: Y supongo que querrás que me pase por Zürich a echarle un vistazo a tus juguetes...

Y de nuevo, Friedrich se limitó a sonreir y a asentir con la cabeza.

Claire: Bien, en ese caso... – Claire se levantó del sofá en la que estaba sentada y se acercó a una cajonera en un lado de su salón.

Con aquella pantalla panorámica, daba la impresión de estar a pocos metros de Friedrich, casi allí mismo, incluso estando en París. Abrió una cajonera y empezó a buscar algo. Friedrich, mientras tanto, se levantó y se acercó a la gran pantalla. Curioso, empezó a entretenerse a mirar la decoración del salón de Claire mientras ella seguía buscando en el cajón algo.

Claire: ¿Dónde demonios puse mi agenda? Perdona, Friedrich, pero es que para estas cosas soy un pequeño desastre – se excusó ella mientras removía la cajonera -. La dejé por aquí, estoy segura...

Friedrich: Has cambiado los cuadros – le respondió Friedrich. En una de las paredes había dos cuadros que no recordaba de la anterior vez que había llamado -. ¿Son de Kato?

Claire: ¿Eh? Ah, sí, los cuadros… - dijo mientras buscaba en otra cajonera -. Fui a su exposición el martes, y vi esos dos. ¿Te gustan?

Friedrich examinó las pinturas a través de la pantalla. Los había visto en el catálogo de la exposición de Matsushiro Kato de París, que duraba ya tres semanas, y ya entonces le habían llamado la atención. En uno, se veía una flor amarilla, brillante, tiesa y resplandeciente en un mar de flores grises y marchitas. En cada centro de cada flor había un rostro de persona, y cada flor parecía poseer una vida, una personalidad únicas. El otro cuadro, según lo entendía Friedrich, era un amalgama de nubes de colores enlazadas sobre el cielo, tocándose bajo formas diversas: dos amantes besándose, dos manos cogiéndose, una madre con un bebé en brazos... Los trazos sugerían, y era la imaginación la que completaba aquellas formas intermedias.

Friedrich siempre había admirado a los pintores. Él era negado con las formas artísticas clásicas, y trabajar con una escultura o un cuadro eran para él cosas fuera de su alcance creativo. En ese momento, envidió a Kato por haber logrado que Claire desembolsase dinero de su bolsillo para poder colgar aquellas obras suyas en su sala de estar.

Claire: Ah, aquí está – dijo Claire, encontrando al fin su agenda debajo de un montón de catálogos de arte -. Debí dejarla con los catálogos al volver de la exposición el martes por la tarde. ¡Qué cabeza la mía!

Friedrich dejó su observación de los cuadros y centró de nuevo su atención en Claire, que volvió a sentarse en el sofá examinando su agenda. Como amante de lo antiguo, se manejaba con una agenda de papel impreso, según ella más elegante que esas frías máquinas que todos usaban hoy día.

Claire: Veamos... Si necesitas un par de días para acabar eso, puedo venir... Sí, el lunes. ¿El lunes te parece bien? ¿Por la mañana?

Friedrich: El lunes me parece perfecto – respondió sin moverse de delante de la pantalla -.

Claire: Pues apuntado queda. ¿Me vendrás a buscar al aeropuerto? Ya sabes cómo odio coger taxis teniendo amigos...

Friedrich se limitó a sonreir y aceptó con un gesto de cabeza que por un momento le dio un aire de solemnidad.

Claire: ¡Perfecto! Pues ya te avisaré la hora de mi vuelo. Por cierto, llama a tu hermana, que me apetece mucho ir a comer todos juntos, ¿te parece?

Friedrich: Helena está en la ducha – le señaló Friedrich -, ha hecho la primera inmersión conmigo.

Claire: Ah, ¿y qué le ha parecido? – dijo devolviendo esa sonrisa fascinante de dama a su rostro.

Friedrich: Ella dice que le ha gustado – respondió él con media sonrisa tímida.

Claire: Bien... En ese caso, estoy impaciente por que llegue el lunes. ¡Au revoir, mon cheri! – se despidió con un guiño de ojo.

Friedrich: Au revoir, Claire. Hasta el lunes.

Y la pantalla regresó a su aspecto habitual, mostrando desde aquel trigésimo piso a una Zürich que pronto dormiría, envuelta en un suave atardecer. Friedrich apuntó la cita en su agenda electrónica, y tras eso se sentó otra vez. Estaba tenso. La idea que su obra pasaría pronto la prueba del ojo crítico de Claire no le incomodaba, pero tenía miedo de que a ella no le gustase. Y si no le gustaba, lo tendría muy difícil para poder exponer su obra en alguna galería mínimamente conocida.

Sentado en el sillón, cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de revivir los detalles que había visto y sentido en la sala de inmersión, buscando quedarse con aquello que le había gustado, y descartando lo que no le había gustado, pensando ya en los cambios para acercarse más a la idea que tenía en su mente. Estaba tan y tan cerca...

La puerta del cuarto de baño le interrumpió, cuando Helena salió ya vestida de calle y se sentó en el sofá junto al sillón.

Helena: Cuando quieras, yo ya he acabado. ¿Has llamado a Claire?

Friedrich asintió con la cabeza, abriendo los ojos, sin dejar aquella postura relajada en el sillón, con las manos cruzadas sobre los muslos.

Helena: ¿Y qué te ha dicho?

Friedrich: Viene el lunes. Dice que le apetecería que vinieras a comer.

Helena sonrió.

Friedrich: Bueno, pues me voy a tomar esa ducha, que este traje de inmersión empieza a ser incómodo de llevar.

Apenas se había levantado cuando sonó el teléfono. Helena puso la pantalla para contestar antes que Friedrich pudiera ver quién llamaba. Cuando miró a la pantalla, esperó ver a Claire que se hubiese dejado alguna cosa por decir, pero en su lugar apareció una mesa de despacho rodeada de máquinas de diversa índole que Friedrich conocía muy bien.

Helena: Tío Víctor...

El hombre, o lo que quedaba de él, estaba tras la mesa de despacho. En otra persona, se habría podido decir que estaba sentado, pero Víctor Waulf apenas conservaba la mitad de su cuerpo después del gravísimo accidente de helicóptero que con trece años casi le había costado la vida. Sólo ingentes cantidades de dinero de su padre y la mejor medicina que el hombre podía comprar permitieron a Víctor Waulf sobrevivir... Aunque atado a máquinas el resto de su vida, completamente inválido y completamente lúcido.

Friedrich siempre se dijo que él hubiese preferido morir a pasar por la vida de su tío.

Víctor: Friedrich... – dijo con su voz sintetizada, tan calmada y fría que no parecía humana -. El lunes quiero que vengas a mi despacho, a las diez de la mañana. No faltes.

Friedrich: ¿El lunes? ¿No puede ser en otro momento, tío? – replicó Friedrich.

Víctor: El lunes te espero.

La comunicación se cerró sin tiempo a decir más. Helena miró a Friedrich, encogiéndose de hombros.

Helena: Ya le conoces, no es bueno contradecirle.

Friedrich: Ya... Supongo que Claire vendrá por la mañana el lunes. ¿Irás a buscarla al aeropuerto? A ver si veo qué quiere el tío y para comer estoy de vuelta.

Helena: No es problema – le dijo ella.

Pero Friedrich se preguntó en silencio qué querría su tío de él. Hacía tanto que no iba a su despacho, que no le llamaba, que estaba seguro que sería por algo importante.

“Y Víctor Waulf nunca bromea, ni hace nada en vano” – recordó en silencio lo que su madre decía siempre de su hermano pequeño.